Archivo por meses: julio 2015

En busca del holocausto soviético, una hambruna de 55 años que alimenta a la derecha

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Este artículo expone la mentira sobre la hambruna supuestamente provocada por los bolcheviques en Ucrania en 1932. Es una excelente refutación de las distorsiones de la historia y de las mentiras propagandísticas occidentales -inmerecidamente respetadas- de Robert Conquest, así como una visión ilustrativa de la naturaleza de la propaganda antisoviética en los años 1980. [Nota del Editor: los lectores también deberían considerar lo que las fuentes occidentales siempre se olvidan de mencionar: en torno al año 1932 no sólo hubo problemas masivos de cosecha en la URSS, sino también en la India y en los EE.UU., donde la crisis de la «Fuente de Polvo» obligó a mucha gente a abandonar las tierras de labranza y a emigrar en masa hacia el Oeste].

«Siempre perdurará algo de la mentira más escandalosa…. El tamaño de la mentira es el factor definitivo para que sea creída» (Adolf Hitler, Mein Kampf).

«La muchacha se muere. Aparenta unos cinco años pero sabemos que puede ser mayor, disminuida como está por el hambre. Se apoya fatigosamente en una puerta. Sus largos cabellos caen sobre sus hombros desnudos. Su cabeza descansa sobre uno de sus brazos. Su cuello está doblado, como un tallo en la tierra yerma. Sus ojos son lo más estremecedor de todo, grandes y oscuros, de mirada ausente pero todavía melancólicos. La niña se muere lentamente de inanición, y nos sentimos culpables por ser testigos de su última agonía…»

Los exiliados ucranianos que hicieron Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] reconocían una imagen impactante cuando la veían. La foto en blanco y negro, acompañada musicalmente por un desgarrado coro in crescendo, fue elegida para cerrar el documental canadiense sobre la hambruna ucraniana de 1932-33. La misma fotografía se utilizó para promocionar la película, simbolizando una célebre causa largo tiempo inactiva: la hambruna «artificial», «deliberadamente planeada» por Stalin para aplastar al nacionalismo ucraniano e intimidar a un campesinado obstinadamente contrario a la colectivización permanente. Siete millones de ucranianos murieron, nos dice el narrador, mientras «una nación del tamaño de Francia era estrangulada por el hambre«.

El resultado, afirma William F. Buckley, cuya compañía Firing Line distribuyó la película en noviembre pasado, fue «quizás el mayor holocausto del siglo«.
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Leonid Rogozov, el médico soviético que se operó a si mismo

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Leonid Rogozov era el único médico de una expedición soviética a la Antártida que tuvo lugar en 1961. Pocos días después de su llegada, comenzó a sentir fuertes dolores abdominales, y el diagnóstico no fue difícil: apendicitis aguda. Pero ¿qué hacer si el médico más próximo estaba a 800 kilometros de distancia y los dolores eran insoportables?

Rogozov, entonces, tomó la decisión de operarse él mismo. Dio algunas instrucciones a su equipo sobre el procedimiento en caso de desmayo (la inyección a aplicar, etc.), colocó un espejo enfrente de su barriga, hizo el corte y comenzó la operación.
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Materialismo mecanicista y materialismo dialéctico

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A través de «crisis esenciales», nuestra razón y la ciencia se enriquecen. El autor (Paul Lagenvin), analizando los avances de la física, hace de alguna manera el camino inverso al de la gente desconcertada que, hoy, pretende redescubrir la ideología burguesa. Muestra cómo el pensamiento evolucionó hasta el materialismo dialéctico, lo que él llama «filosofía de la transformación».

El discurso, del que reproducimos algunos fragmentos, fue hecho por Paul Langevin en París, en 1945, en un acto diseñado para conmemorar el 200 aniversario de la edición de la Enciclopedia, obra que marcó el pensamiento francés (enciclopedismo) en el pre-Revolución Francesa de 1889.

Este discurso, más allá de su interés intrínseco, está de actualidad política en un momento en que dichos sectores llamados de «izquierda» buscan presentar como paradigma al pensamiento progresista de nuestro tiempo la yuxtaposición de los ideales políticos de la Revolución Francesa con la ideología de la Revolución Soviética. Langevin muestra, en el terreno filosófico y científico, que las concepciones de los pensadores progresistas en Francia a mediados de 1700, fueron superadas por un mayor desarrollo científico y sobre todo por el pensamiento filosófico de Karl Marx. Muestra que la síntesis hecha por Marx entre el materialismo francés y la dialéctica idealista alemana no es una mera yuxtaposición de estas dos corrientes, sino su síntesis dialéctica.

En este texto destaca, en particular, la visión dialéctica del nuevo determinismo introducido por la física moderna, el determinismo probabilista. Langevin no lo niega, le da la bienvenida como humanización de la ciencia. Con esta visión se distingue de físicos y filósofos soviéticos que, unidos a una visión mecanicista de la realidad, trataban de reducir el alcance de la innovación conceptual.

Paul Langevin fue un físico de renombre en la primera mitad de este siglo. Con importantes trabajos científicos sobre la relatividad y el magnetismo, presidió los Congresos Solvay, principal foro de la física de la época, a partir de 1927. También contribuyó de forma importante en la educación y la filosofía. Fue un destacado activista político progresista. Participó activamente en la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, fue arrestado por los nazis y huyó de la cárcel. Después de la guerra ingresó en el Partido Comunista Francés, falleciendo en 1946. Sus restos mortales fueron trasladados al Panteón, tumba de los héroes de la nación francesa. Fragmentos de sus escritos políticos, científicos, filosóficos y educativos han sido publicados en el libro «La Pensée et L’Acción«. Los fragmentos aquí publicados han sido traducidos de la revista «La Pensée«, Nº 12, 1947, p. 8-12.
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Stalin sobre Sverdlov

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Hay hombres, líderes proletarios, de los cuales se habla poco en la prensa, tal vez porque a ellos mismos no les gusta que se hable de su persona, pero que son, sin embargo, savia vital y verdaderos dirigentes del movimiento revolucionario. I.M. Sverdlov era uno de esos líderes.

Organizador hasta la médula, organizador por naturaleza, por hábito, por educación revolucionaria, por instinto, organizador por toda su ferviente actividad: tal es la figura I. M. Sverdlov.

¿Qué significa ser líder y organizador, en nuestra situación, cuando el proletariado está en el poder? No significa escoger asistentes, crear un aparato burocrático para dar órdenes a través de él. En las condiciones reinantes en nuestro país, ser dirigente y organizador significa, en primer lugar, conocer a los colaboradores, saber descubrir sus virtudes y sus defectos, saber lidiar con ellos, y, en segundo lugar, saber distribuirlos de manera que:

– Cada uno sienta que está en el lugar que le corresponde.

– Cada uno pueda dar a la revolución lo máximo que le permitan las cualidades personales que tiene.

– Semejante distribución no acarree obstáculos al trabajo, sino que tenga como resultado una acción armoniosa, unidad y aumento de las actividades en su conjunto.

– La dirección general del trabajo organizado sea de esa manera la expresión y la realización de la idea política en cuyo nombre se realiza la distribución de hombres.

I. M. Sverdlov era precisamente este tipo de líder y organizador de nuestro Partido y de nuestro Estado.
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¿Luchamos para resucitar al condado de Auvernia? Contribución de Servir le Peuple a la comprensión de la lucha de los Pueblos dentro del Estado francés

Tras la decisión tomada en el seno de la Red de Blog Comunistas de publicar y traducir artículos propuestos por sus miembros con elf in de dar a conocer la situación concreta de diferentes paises y regiones, hemos traducido, y lo publicamos a continuación, el artículo del blog camarada Servir le Peuple, en el que analiza la lucha de liberación en Occitania en el marco de la lucha de clases:

¿Luchamos para resucitar al condado de Auvernia? Contribución de Servir le Peuple (Occitania) a la comprensión de la lucha de los Pueblos dentro del Estado francés.

Nuestra lucha de afirmación y liberación como Pueblos en el marco de la lucha de clases. Estado cárcel, Pueblos negados, ‘argumentos’ centralistas seudoprogresistas y economía política

Al Estado francés centralizador, a lo largo de la Historia y hasta el presente, se le ha asociado, en especial, con nociones como “progreso” histórico, “modernidad” contra el “Medievo” e incluso con conceptos mucho más politizados como son el “progresismo”, el “universalismo”, las “Luces” etc., etc.; o, dicho de otro modo, con conceptos de “izquierda”, principalmente a partir de un discurso que pone en primer plano la “República” o los “valores republicanos”, nociones que, en el Estado español o en las naciones del Reino Unido, contienen aún toda una carga subversiva y revolucionaria, pero que en el Hexágono están vaciadas de sustancia y son completamente burguesas.

Es necesario indicar que el Estado francés es, de todos los existentes hasta la fecha, aquel en el que, sin duda, la burguesía se desembarazó con menos miramientos de las instituciones monárquicas, aristocráticas y administrativas, en cuyo seno había anidado desde finales de la Edad Media hasta la “edad adulta” del siglo XVIII. Desde entonces, la burguesía francesa puede revestirse con esta aura ante sus propias masas populares y el mundo entero. Algún día, no obstante, será menester, qué duda cabe, confrontar esta leyenda áurea con la realidad, en términos, por ejemplo, de radicalidad de la revolución agraria (¿afectó esto a muchos aristócratas y grandes propietarios, quienes, en otros casos, fueron simplemente sustituidos por “compradores”?) mientras existió una amplia clase campesina (hoy en día apenas quedan agricultores), o también en términos de importancia del catolicismo galicano en el pensamiento dominante que en la actualidad se declara “laico”.

En el Reino Unido o en el Estado español, a los que ya nos hemos referido, apenas sí quedan neofranquistas u orangistas que presenten la unificación estatal como un “triunfo de la civilización moderna sobre las obscuras edades medievales”. En Italia planeó durante bastante tiempo un cierto “mito garibaldino” de la Unidad, hasta el punto de que la Brigada internacionalista enviada combatir en “España” o incluso varias unidades de partidarios antifascistas (1943-45) llevaron el nombre de Garibaldi. Sin embargo, el movimiento comunista analizó la Unidad, también desde el principio (Gramsci), como una conquista colonial del Sur. Actualmente se observa una importante renovación de la conciencia sobre esta cuestión, en una línea claramente progresista (véase, por ejemplo, el sitio http://briganti.info/).

No obstante, en el Estado francés, cuando uno se aventura no ya a emitir una reivindicación independentista (sentimiento muy minoritario entre los pueblos del Estado francés, representando como máximo un 20% en Córcega ), sino simplemente a afirmar la existencia de los pueblos que hay en ese Estado, se le acusa muy a menudo de “querer hacer girar la rueda de la historia en sentido inverso”, de querer “resucitar el condado de Auvernia o el ducado de Aquitania”, etc., etc.

Se trata de un argumento tan estulto, que –como sucede a menudo ante la estolidez– nos deja atónitos, con la boca abierta, sin saber qué responder. Y a pesar de ello, es una cuestión que hay que estudiar a fondo ya que, como acabamos de decir, este tipo de razonamiento es absolutamente hegemónico.

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No puedo renunciar a mis principios

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Este artículo apareció originalmente en el periódico soviético «Sovietskaia Rosia» el 13 de marzo de 1988.

Se trata de una carta escrita por una profesora universitaria de Leningrado llamada Nina Andreieva. Una carta que desencadenó la polémica en la Unión Soviética y que recibió numerosos apoyos. Fue publicada cuando Mijaíl Gorbachov se encontraba en Yugoslavia de visita oficial. A su vuelta, el presidente de la URSS dio órdenes estrictas de atacar en público a la profesora a través de la prensa y acabar con la discusión. La carta de Nina Andreieva, a pesar de las deficiencias que tiene en algunos de sus pasajes, simboliza la existencia de la fuerte oposición a la perestroika en la URSS y la intención de ciertos sectores de la sociedad soviética de rescatar el marxismo-leninismo convertido en letra muerta desde el XX Congreso del PCUS.

 

 

Decidí escribir esta carta después de largas reflexiones. Soy química, profesora del Instituto tecnológico «Lensoviet» de Leningrado. Al igual que muchas otras personas, me encargo de un grupo de estudiantes. En nuestros días, después de un período de apatía social y dependencia intelectual, los estudiantes poco a poco empiezan a contagiarse del ímpetu de los cambios revolucionarios.

Naturalmente, surgen discusiones sobre el camino de la perestroika y sus aspectos económicos e ideológicos. Glasnost, apertura, desaparición de zonas exentas de críticas, emocionado fervor en las conciencias de las masas, en particular, de la juventud, frecuentemente se revelan en los planteamientos de problemas que, de una manera u otra, son aventados por las de estaciones radiales de occidente o por aquella gente de nuestro país que no tienen una firme creencia de la esencia del socialismo. ¡En las conversaciones se tocan de hecho todos los temas! Sobre el sistema pluripartidista, la libertad de proselitismo religioso, la salida del país para vivir en el extranjero, el derecho a discutir ampliamente los problemas sexuales en la prensa, la necesidad de una dirección descentralizada sobre la cultura, la abolición del servicio militar… Especialmente entre los estudiantes provoca mucha discusión el problema relacionado con el pasado del país.

Naturalmente, nosotros, los profesores, tenemos que responder a las más agudas preguntas lo que, además de honestidad, requiere profundos conocimientos, convicción, alto nivel cultural, serias reflexiones y evaluaciones sopesadas. Claro, esas cualidades son necesarias para todos los educadores de la juventud, y no sólo para los docentes de las cátedras de Ciencias Sociales.

El lugar más amado para nuestro paseo junto con los estudiantes es el parque Petergofe. Andamos por las avenidas nevadas, disfrutamos de los famosos palacios y las estatuas y discutimos. ¡Discutimos! Las mentes jóvenes arden de un gran deseo de llegar a comprender todas las complejidades y determinar su camino hacia el futuro. Miro a mis jóvenes interlocutores y pienso: cuan importante es ayudarlos a discernir la verdad, formar una concepción exacta de los problemas de la sociedad en que viven y a la cual tienen la tarea de reestructurar, y cómo hacerles entender correctamente nuestra historia pasada lejana y no lejana.

¿Pero dónde reside la preocupación? He aquí un ejemplo simple: Nos parece que sobre la Gran Guerra Patria y el heroísmo de sus participantes se ha hablado y escrito mucho. Sin embargo, hace poco, en uno de los albergues de los estudiantes de nuestro Instituto se realizó un encuentro con el Héroe de la Unión Soviética, coronel retirado V.F. Molozev. Entre otras cosas le preguntaron sobre la represión política en el ejército. El veterano respondió que no había chocado con la represión política, que muchos de los que comenzaron junto a él en la guerra, al final, eran altos comandantes de tropas… A algunos la respuesta los desencantó. El tema de la represión que siempre se discute ahora llenó de sobra la percepción de una parte de los jóvenes y obstaculiza la comprensión objetiva del pasado. No son pocos los ejemplos de ello.
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Marx y la deuda pública

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El sistema del crédito público, es decir, de la deuda del Estado, cuyos orígenes descubríamos ya en Génova y en Venecia en la Edad Media, se adueñó de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de acicate. Por eso fue Holanda el primer país en que arraigó. La deuda pública, o sea, la enajenación del Estado —absoluto, constitucional o republicano—, imprime su sello a la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos modernos es… la deuda pública(1). Por eso es perfectamente consecuente esa teoría moderna, según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se carga de deudas. El crédito público se convierte en credo del capitalista. Y al surgir las deudas del Estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay remisión, cede el puesto al perjurio contra la deuda pública.

La deuda pública se convierte en una de las palancas más potentes de la acumulación originaria. Es como una varita mágica que infunde virtud procreadora al dinero improductivo y lo convierte en capital sin exponerlo a los riesgos ni al esfuerzo que siempre lleva consigo la inversión industrial e incluso la usuraria. En realidad, los acreedores del Estado no entregan nada, pues la uma prestada se convierte en títulos de la deuda pública, fácilmente negociables, que siguen desempeñando en sus manos el mismísimo papel del dinero. Pero aún prescindiendo de la clase de rentistas ociosos que así se crea y de la riqueza improvisada que va a parar al regazo de los financieros que actúan de mediadores entre el Gobierno y el país —así como de la riqueza regalada a los arrendadores de impuestos, comerciantes y fabricantes particulares, a cuyos bolsillos afluye una buena parte de los empréstitos del Estado, como un capital llovido del cielo—, la deuda pública ha venido a dar impulso a las sociedades anónimas, al tráfico de efectos negociables de todo género, al agio; en una palabra, a la lotería de la bolsa y a la moderna bancocracia.

Desde el momento mismo de nacer, los grandes bancos, adornados con títulos nacionales, no fueron nunca más que sociedades de especuladores privados que cooperaban con los gobiernos y que, gracias a los privilegios que éstos les otorgaban, estaban en condiciones de adelantarles dinero. Por eso, la acumulación de la deuda pública no tiene barómetro más infalible que el alza progresiva de las acciones de estos bancos, cuyo pleno desarrollo data de la fundación del Banco de Inglaterra (en 1694). Este último comenzó prestando su dinero al Gobierno a un 8% de interés; al mismo tiempo, quedaba autorizado por el parlamento para acuñar dinero del mismo capital, volviendo a prestarlo al público en forma de billetes de banco. Con estos billetes podía descontar letras, abrir créditos sobre mercancías y comprar metales preciosos. No transcurrió mucho tiempo antes de que este mismo dinero fiduciario fabricado por él le sirviese de moneda para saldar los empréstitos hechos al Estado y para pagar los intereses de la deuda pública por cuenta de éste. No contento con dar con una mano para recibir con la otra más de lo que daba, seguía siendo, a pesar de lo que se embolsaba, acreedor perpetuo de la nación hasta el último céntimo entregado. Poco a poco, fue convirtiéndose en depositario insustituible de los tesoros metálicos del país y en centro de gravitación de todo el crédito comercial. Por los años en que Inglaterra dejaba de quemar brujas, comenzaba a colgar falsificadores de billetes de banco. Las obras de aquellos años, por ejemplo, las de Bolingbroke(2) muestran qué impresión producía a las gentes de la época la súbita aparición de este monstruo de bancócratas, financieros, rentistas, corredores, agentes y lobos de bolsa.
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Sobre el indiferentismo político

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«La clase obrera no se debe constituir en partido político. No debe, bajo ningún pretexto, emprender una acción política, pues la lucha contra el Estado es el reconocimiento del Estado ¡y esto está en contradicción con los principios eternos!

Los trabajadores no deben hacer huelgas, ya que, en ellas, disipan sus fuerzas, llegando a alcanzar un aumento de sus salarios o impedir su reducción, reconociendo de esta manera, por lo tanto, el sistema de trabajo asalariado, ¡y esto está en contradicción con los principios eternos de la emancipación de la clase obrera!

Si los trabajadores se unen en su lucha política contra el Estado burgués, lo hacen sólo para obtener concesiones, celebrando, por consiguiente, compromisos, ¡lo que entra en contradicción con los principios eternos!

Por eso, es necesario maldecir todos los movimientos pacíficos, aquellos que son impulsados por los trabajadores ingleses y estadounidenses, por mal hábito.

Los trabajadores no deben disipar sus fuerzas luchando por la obtención del límite legal de la jornada de trabajo, pues eso significa celebrar acuerdos con los empresarios que, después, pueden todavía explotarlos por 10 ó 12 horas, en lugar de 14 o 16.          

Del mismo modo, no deben ni siquiera esforzarse en obtener la prohibición legal del trabajo en la fábrica de las niñas que tienen menos de 10 años de edad, ya que, a través de eso, no se elimina la explotación de los niños que tienen menos de 10 años.

En caso de que hagan eso, asumen, por lo tanto, un nuevo compromiso, empañando, de ese modo, ¡la pureza de los principios eternos!

Mucho menos aún, los trabajadores deben exigir -tal como ocurre en la República de los Estados Unidos- que el Estado, cuyo presupuesto está hinchado a costa de la clase trabajadora, deba estar obligado a otorgar a los hijos de los trabajadores formación escolar básica, ya que esta no es ni siquiera una educación universal.     
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La muerte de Dimitrov

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Para muchos hombres y mujeres de mi generación, esa pérdida de la clase obrera, esa pérdida de los movimientos revolucionarios de todo el mundo, es una pérdida personal. Dolorosa, violenta, como si el destino nos arrebatase un pedazo de nosotros mismos.

Sí, porque, para muchos de nosotros, el proceso del Reichstag fue la primera explicación, la primera mirada lúcida lanzada sobre un mundo difícil de comprender.

Recuerdo la Francia de 1933. Teníamos quince años. Empezábamos a interesarnos por la vida pública del presente y ya no por nuestros libros de historia. Comenzábamos a sentirnos descolocados entre los principios enseñados en las escuelas secundarias y que la realidad contradecía, bajo nuestros propios ojos: el «arte por el arte», el intelectual flotando siempre por encima de las contingencias terrenales, la libertad parlamentaria, la libertad de producción y de intercambio, la libertad de expresión. Nuestros padres y nuestros maestros nos decían que la libertad existía en Europa, pero que la URSS, en cambio, era un «Estado dictatorial». Y los periódicos (esos periódicos que comprábamos a escondidas: «L’Humanité«, los «Cahiers du Bólchevisme«, la «Correspondencia Internationale«) nos mostraban a Hitler llevado al poder por los bancos y trusts… Después, de repente, el proceso del Reichstag.

Un hombre, solo, extranjero, marginado y encarcelado (con el ejemplo de Dimitrov aprendimos que un hombre podía pensar y prepararse para la acción incluso dentro de un calabozo, encadenado) se enfrentaba a generales, presidentes del Consejo, ministros, jueces, todo el aparato del Estado. Y en lugar de intentar «salvar su pellejo» hacía profesión de fe comunista, que deberíamos repetir en las horas negras de la Resistencia, cuando cualquiera de nosotros podría, de un momento a otro, perder la libertad y la vida:

«…es totalmente cierto que estoy a favor de la revolución proletaria y de la dictadura del proletariado. Y la lucha por la dictadura del proletariado, por la victoria del comunismo, constituye sin duda alguna el contenido de mi vida…»

Entonces comprendemos que el coraje y el heroísmo estaban vinculados a la fuerza real y ascendente de una idea y que el «comunismo era la juventud del mundo«.

Así es como el comunista búlgaro Jorge Dimitrov provocó en numerosos jóvenes franceses burgueses, un entusiasmo y una reflexión que les llevarían a unirse a la Unión Federal de los Estudiantes, desde su creación en el Quartier Latin, en 1935 y 1936. Es por eso que Jorge Dimitrov seguirá siendo para nosotros una de las figuras más representativas del revolucionario y del militante proletario.
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Nadia Popova, el último vuelo de la Bruja de la Noche

'Las Brujas de la Noche' (de izquierda a derecha) Ekaterina Riabova, Raisa Yushina, Mira Parómova, Nadia Popova y Marina Chechneva durante un descanso entre los combates

‘Las Brujas de la Noche’ (de izquierda a derecha) Ekaterina Riabova, Raisa Yushina, Mira Parómova, Nadia Popova y Marina Chechneva durante un descanso entre los combates

 

Formó parte del grupo de aviadoras rusas del 588º regimiento de bombardeo nocturno. A bordo de desfasados biplazas Po-2 conseguían inocular el miedo entre las filas alemanas, que las apodaron “Brujas de la noche” [‘nachthexen’]. Protagonizaron uno de los episodios más heroicos de la Segunda Guerra Mundial. Popova, en cuyo uniforme se prendieron las más altas distinciones del ejército soviético, murió en el 2013, a los 91 años.

Sólo cuando la hazaña queda atrás uno puede interrogarse sobre cómo se materializó, de dónde salieron las agallas para emprender la proeza. Nadiezhda Vasílievna Popova no sabía responder a esta simple pregunta después de haber realizado 850 misiones aéreas durante la etapa más dura que le tocó soportar al desprevenido Ejército Rojo.

Tal vez su increíble resistencia fuera fruto de la rabia por el hermano muerto en el frente, por la casa familiar profanada a manos de los nazis, que la convirtieron en su cuartel general, o por la brutalidad infligida a sus vecinos.

La niña que con quince años vio aterrizar una aeronave en su pueblo de la cuenca del Donetsk, Shabanovka (actual Dolgoye), y que constató que los dioses y los pájaros no eran las únicas criaturas capaces de surcar los cielos, no dudó en alistarse en el ejército con sólo diecinueve años, cuando los soldados del Tercer Reich atenazaban a los soviéticos.

Como muchas otras jóvenes heroínas, soñaba con pilotar un bombardero, involucrarse en la escritura de la Historia, colmar el ansia de libertad propia de su espíritu rebelde. Se había formado como instructora de vuelo durante la década dorada de la aviación soviética, cuando Marina Roskova, pionera de la aviación femenina, había pulverizado ya varios récords de vuelo sin escalas.

Un millón de mujeres se batió el cobre en el bando soviético. Pero hasta entonces ningún ejército del mundo había dejado en manos femeninas el mando de sus cazas.

La desesperada situación que atenazaba a las fuerzas armadas soviéticas hizo que éstas fueran las primeras en recurrir a un nutrido grupo de féminas preparadas para el combate aéreo. Ellas, por su parte, recogieron el guante y demostraron su valía convirtiéndose en el regimiento más condecorado de las fuerzas aéreas soviéticas.
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Brujas de la Noche, el regimiento aéreo de mujeres en la Segunda Guerra Mundial

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Los fascistas las llamaban “brujas de la noche”, los pilotos franceses del regimiento aéreo Normandie-Niemen les pusieron el nombre de “las hechiceras de la noche”, y sus compatriotas, “hermanitas”. Las escuadrillas del regimiento femenino estaban integradas únicamente por mujeres e imponían un verdadero terror a los alemanes.

Poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a llegar numerosas cartas desde los clubes y escuelas de aviación. Eran mujeres que pedían que las enviaran al frente para luchar en las batallas igual que los hombres.

Al mismo tiempo, la heroína de la Unión Soviética Marina Raskova, conocida en todo el país por su legendario vuelo entre Moscú y Oriente Lejano sin escalas a bordo del avión ANT-37 “Ródina”, propuso la idea de formar un regimiento especial femenino. La escucharon y prometieron analizarlo, aunque fueron muchos los hombres que se opusieron a esta novedosa idea. Sin embargo, no paraban de llegar solicitudes.

Al final la piloto obtuvo el permiso de Stalin para formar un regimiento femenino y en otoño del 1941 empezó el reclutamiento de voluntarias. Tras un curso intensivo se formó el regimiento de guardia número 46, que se ha convertido la única división femenina de bombarderos nocturnos en el mundo.

La primera orden del grupo de aviación solicitaba que las mujeres se cortasen el pelo. Podían dejar sus trenzas con el permiso de Marina Raskova. El 27 de mayo de 1942 la escuadrilla aérea compuesta por 115 chicas entre 17 y 22 años de edad llegó a la frente. El primer vuelo de combate se realizó el 12 de junio.
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