Los atentados acaecidos en París el pasado viernes 13 de noviembre han dejado al descubierto todas las flaquezas de la otrora grandeur imperial francesa.
La composición del grupo que llevó a cabo los ataques, constituido en su mayoría por jóvenes franceses nacidos en el Hexágono, echa por tierra mitos profundamente arraigados en el imaginario francés posterior a la II Guerra Mundial, tales como la cohesión social, la sociedad de acogida, su carácter integrador de las minorías o la escuela pública laica. De hecho, el 13-N, como antes el asalto a la redacción de Charlie Hebdo, o, remontándonos algo más en el tiempo, los levantamientos en las banlieux de las principales ciudades del país, han sacado a la luz la existencia de un sector de población de origen principalmente –aunque no sólo– emigrante, religión musulmana y extracción obrera, que reconoce abiertamente al Estado burgués y a su modelo social como su enemigo declarado, y que, además, está dispuesto a hacerle frente.
No es de extrañar que los voceros de la reacción francesa y de toda Europa hayan cargado contra el Islam y los emigrantes procedentes de países árabes tras los atentados de París. Se puede trazar, sin género de duda, un paralelismo histórico entre la utilización por el fascismo, durante el periodo de entreguerras, de la ideología antisemita como instrumento de cohesión y movilización de la pequeña burguesía desclasada y en proceso de proletarización, con el empleo de la islamofobia en la actualidad. Es la misma clase burguesa en crisis, de los mismos países imperialistas, cargando con argumentos análogos de raza y credo contra grupos sociales excluidos por razones semejantes de clase y cultura.
Que recientemente el sionista Netanyahu haya exculpado o atenuado la responsabilidad histórica de Hitler en el Holocausto, atribuyéndosela, siquiera en parte, al entonces muftí de Jerusalén, o que Bernard Henri Lévy, rábula internacional de toda causa imperialista, identifique fascismo e Islam –“fascislamismo” es el término que él emplea– muestra hasta qué punto la satanización de la religión musulmana y de los árabes forma parte consustancial de la política global imperialista de nuestros días, tanto en casa como en los patios traseros.
Es más, por seguir con las analogías históricas entre los “demócratas” de hoy y los nazifascistas de ayer, siervos todos del capital: de igual modo que la muerte en París en noviembre de 1938 del diplomático alemán Ernst vom Rath a manos del judío Herschel Grynszpan fue el clavo ardiendo a que se asió la bestia fascista para desencadenar la “Noche de los cristales rotos”, en que fueron asesinados decenas de judíos alemanes, los recientes atentados en la capital francesa son la espuria excusa con que justificar un nuevo giro de tuerca a la política de agresión permanente del imperialismo contra el mundo árabo-islámico.
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