
El siguiente documento ha sido extraído y traducido por «Cultura Proletaria» del libro «Soviet Communism: A new civilization?» (1936), de Beatrice Webb y Sidney Webb.
«El sistema soviético es una de esas numerosas creaciones del espíritu humano que parecen deber su existencia a un feliz accidente histórico. El hecho de haber logrado sobrevivir demuestra que ha sido perfectamente adaptado a las necesidades de la dictadura del proletariado, que constituye la base sobre la que se apoyan la teoría y la práctica del comunismo«. (1)
La palabra Soviet, que originariamente significaba cualquier tipo de Consejo, debe ser hoy comprendida como un Consejo de delegados o diputados elegidos por los trabajadores de distintas fábricas y otros establecimientos de una ciudad o municipio; o por los soldados de varias unidades de un ejército; o por los campesinos de un pueblo, distrito agrícola o comunidad; o, incluso, por cualquier combinación de esos grupos constituyentes. Su diferencia más obvia con cualquier otra entidad política consiste en que los mismos, confesadamente, excluyen la representación de empresarios capitalistas, es decir, propietarios de tierras, dueños de tiendas, en fin, cualquier persona que no se ocupe de un trabajo productivo, incluso cuando pertenecen a la misma tribu, raza o nacionalidad y residan dentro de la zona considerada. Soviets de esta naturaleza fueron espontáneamente organizados, en mayo y junio de 1905, en lvanovo-Vosnesensk y Kostroma con el fin de dirigir las huelgas de los trabajadores en las industrias textiles(2). Estos fueron creados, en la agitación del momento, debido sobre todo al hecho de que no existía ningún sindicato independiente y digno de confianza. Estos órganos de la clase obrera no se limitaban sólo a dirigir la huelga, también asumían algunas funciones del decrépito gobierno local. Fue, sin embargo, el Soviet formado en S. Petersburgo, en ese mismo año de 1905, el que enseño el camino al resto de Rusia. En su primera reunión, el 13 de octubre, «apenas representaba a parte de los trabajadores, comprendiendo sólo las fábricas del distrito de Nevsky. En su nombre, fue lanzada un proclama que decía: «Proponemos que cada fábrica y cada taller elija a un delegado por grupo de un centenar de trabajadores. Los delegados electos constituirán el Comité de la fábrica. Los delegados de todas las fábricas formarán el Comité General de Trabajadores de S. Petersburgo«(3).
Durante los dos meses siguientes, surgieron soviets similares a este, en un gran número, en otras ciudades rusas, desde Reval a Bakú. Pero la rápida represión ejercida por el gobierno zarista no permitió llevar a cabo el Congreso Nacional de los Soviets.
Esta represión no impidió, sin embargo, que el recuerdo del hecho permaneciese en el espíritu de las masas trabajadoras. Cuando, en febrero de 1917, el régimen zarista cayó, casi debido únicamente a su propia podredumbre, los trabajadores de las fábricas de Petrogrado formaron espontánea e inmediatamente un Soviet, que no se limitó únicamente a las actividades huelguistas, sino que discutió y votó sobre diversos temas de interés público. Este ejemplo fue imitado rápidamente por los trabajadores de Moscú y por muchas otras ciudades industriales. En esa ocasión, el Soviet de Petrogrado invitó a los Soviets de todas las demás ciudades a enviar delegados para constituir un Congreso de Soviets, que indicaría un comité permanente para actuar en los intervalos entre uno y otro congreso. Esto sería, al parecer, la base para un gobierno de trabajadores con jurisdicción en todo el país. Pero esto parecía ser imposible de llevar a cabo por grupos cuya misión original era sólo la de guiar las huelgas. El Partido Bolchevique estaba siguiendo todavía las directrices del programa de 1903, que no había sido revisado y, mientras predicaba el colectivismo en lo que respectaba a la economía, admitía, en el terreno político, el simple reemplazo del gobierno zarista por la modesta novedad de una asamblea parlamentaria nítidamente democrática(4). Lenin, es cierto, reconoció inmediatamente la importancia de los «Soviets de diputados de los trabajadores«, tal como surgieron en 1905, y en los que veía «los nuevos órganos del poder popular«. En el IV Congreso el Partido Socialdemócrata de Rusia, en abril de 1906, fue aprobada una resolución, explicando que los Soviets, en el proceso de la lucha, deberían transformarse de «simples organizaciones de choque a organizaciones para lucha la lucha revolucionaria general«; que representaban el «embrión del poder revolucionario«, dependiendo «su fuerza y prestigio enteramente de la energía y éxito del levantamiento«. Así, de hecho, los Soviets eran consideados por Lenin, hasta noviembre de 1915, como simples «órganos de rebelión» (Obras Completas, Vol. XVIII, p. 312). Parece haber, pues, algún fundamento en la opinión de un sagaz historiador germano, según el cual, a pesar de que Lenin había predicho la necesidad de transformar la revolución burguésa-liberal en una revolución socialista y haber reconocido rápidamente a los Soviets como el instrumento para hacer efectiva esta transformación, a pesar de eso, solamente en marzo de 1917, al recibir, en Suiza, las primeras noticias auténticas sobre la revolución en Rusia, fue que Lenin hizo un feliz descubrimiento, convenciéndose de que el sistema de Consejos (Soviets) de soldados, campesinos y obreros constituía la expresión moderna de la inevitable revolución democrático-socialista. Lenin reconoció en los Soviets la existencia, bajo una forma elemental, de un tipo completamente nuevo de gobierno, ejercido por la clase trabajadora, gobierno que sólo podía ser históricameme comparado con la Comuna de París (1897). El estudio que Lenin hizo de los Soviets le convenció de que todo lo que había dicho Marx en su famoso ensayo sobre los aspectos políticos y constitucionales de la Comuna de París se aplicaba perfectamente a los Soviets rusos de la revolución de 1917 (5).
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