¿Por qué se derrumbó la RDA?

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Aporte, hasta ahora inédito, para el homenaje del 65 aniversario de Dieter Frielinghaus el 14 de noviembre de 1993. [In: K. Gossweiler, contra el revisionismo, Verlag der zur Förderung wissenschaftlichen Weltanschauung, Munich. 2ª ed. 2004, p.387-398. (N.T.)]

El 7 de octubre de este año la RDA habría hecho 44 años.

El 3 de octubre de este año (1993), los actuales vencedores de la historia celebraron el 3º aniversario de la exitosa anexión de la RDA, llamada ‘adhesión’.

Por esta razón hubo, en los medios de comunicación, comentarios de los vencedores y de los vencidos sobre la caída de la RDA.

No obstante, los comentarios que más me irritaron no fueron los de los ganadores, sino los de los miembros de mi partido, el SPD, como el siguiente:

Reiner Oschmann: «El socialismo oxidado, apoyado por nosotros, ni era defendible, ni valía la pena defenderlo«. (1)

Para recomponerne de este tipo de declaraciones acordes con la derrota, desenterré un viejo artículo escrito por Clodomiro Almeyda, presidente del Partido Socialista de Chile, que buscó y encontró asilo en la RDA, huyendo del fascismo de Pinochet, sobre el día de la introducción del DM(2), el 2 de julio de 1990, en la entonces todavía existente RDA:

«En la noche del 1 al 2 de julio murió de facto de la República Democrática Alemana. (…) Para nosotros, los chilenos, que vivimos muchos años en la RDA, donde fuimos recibidos con generosa y solidaria hospitalidad, desapareció en esta noche nuestra segunda patria, nos fue arrebatado algo que amábamos y que era parte de nosotros. Desapareció una sociedad que -a pesar de sus deformidades, deficiencias y debilidades, que conocíamos y lamentábamos- en su esencia era una sociedad democrática y que aspiraba a la igualdad«.(3)

Definido el tema –¿Por qué se derrumbó la RDA?-, quiero plantear la cuestión desde el principio: ¿Está el final de la RDA, en verdad, caracterizado correctamente con el término «colapso»?

Hanfried Müller, teólogo marxista cultísimo y editor de la revista Weißenseer Blätter, conocida mucho más allá de Berlín-Brandeburgo y tal vez hasta famosa, publicó aquí hace algún tiempo un artículo titulado: «Colapso, ¿contrarrevolución o ambos?«, el cual también fue publicado en Neues Deutschland, en una versión reducida.(4)

Dice: «La palabra ‘colapso’ despierta, en primer lugar, el pensamiento sobre razones internas: el colapso de algo inválido o la implosión de un edificio cayendo sobre sí mismo. Si alguien fuese asesinado, no se hablaría de un ‘colapso’.

A diferencia de la palabra «colapso», la palabra «contrarrevolución» contiene la idea de la lucha del enemigo, sí, de la lucha de clases y enemigo de clase(…)

Si alguien es derrotado en una contrarrevolución, no solamente encuentra la culpa en el hecho de haber ejercido el poder, sino en el de haberlo perdido«.

E.H.M. responde así a la pregunta del título: «Se trata manifiestamente de ambos: el socialismo sucumbió en una contrarrevolución«.

Considero esta respuesta correcta, a pesar de causar, tal vez, protestas y de elevar la cuestión: ¿Dónde estaba entonces la contrarrevolución?

Pero si queremos mantener la cuestión, entonces tenemos que preguntarnos: ¿Por qué no resistió la RDA la contrarrevolución?

Sin embargo, en mi opinión, esta especificación aún no es suficiente.

Al final la RDA, desde el primer día de su existencia, estuvo siempre bajo el fuego del enemigo de clase imperialista, estuvo siempre expuesto a las envestidas de la contrarrevolución y, de hecho, mucho más fuertes y claras que en 1989, sin sucumbir.

Es preciso entonces preguntar con mayor precisión: ¿Por qué no continuó resistiendo a la contrarrevolución, después de 40 años de exitosa defensa?

¿Los ataques de la contrarrevolución se volvieron mucho más fuertes o la fuerza interna de resistencia aflojó demasiado? ¿O es que ocurrieron ambas cosas?

En este punto, alguien podría objetar que sin la protección de la Unión Soviética y de su ejército, la RDA nunca podría haber resistido a la presión económica y militar de la superior RFA.

Esto, por supuesto, es correcto. Además, no sólo es válido para la RDA sino también para todos los Estados europeos socialistas del CAME(5). La objeción es al hecho muy importante y decisivo de que es imposible analizar el desarrollo de cada país socialista sólo por su desarrollo interno, por sus propias relaciones económicas y políticas.

No fue sólo la RDA la que se derrumbó, fue también la Polonia socialista, la Hungría socialista, la Checoslovaquia socialista, etc. y principalmente la Unión Soviética socialista, la muralla defensiva de todos estos países.

Con esto también debe quedar claro que la pregunta –¿Por qué se derrumbó la RDA?– tiene que ser extendida a la cuestión de por qué se derrumbó el socialismo en Europa y en la Unión Soviética.

¿Por qué venció la contrarrevolución en todos los países socialistas europeos?

El colapso de la RDA no es un acontecimiento singular, sino un aspecto de un acontecimiento colectivo y sólo puede ser comprendido y explicado como tal.

Veamos algunas consignas de los anticomunistas de todas las tendencias, a saber: «el sistema económico socialista es incapaz de funcionar y sobrevivir porque se basa en la eliminación de la regulación a través del mercado, y el sistema político del socialismo, el stalinismo -porque es una dictadura asesina, una burocracia anquilosada- no podía terminar de otra manera sino catastróficamente«.

Estas consignas anticomunistas fueron asumidas durante mucho tiempo por el movimiento comunista como declaraciones indiscutiblemente correctas, porque aparentemente eran confirmadas por el colapso del socialismo europeo.

Una breve mirada a los destinos del movimiento comunista revelará la insostenibilidad de una visión tan primitiva y simplista.

Nosotros, los comunistas de la generación más vieja, sabemos por propia experiencia que la trayectoria del movimiento comunista se alzó de profundas derrotas y persecuciones crueles a la altura de las mayores victorias históricas; los comunistas de todas las generaciones hoy vivas sufrieron conjuntamente la dolorosa experiencia de la profunda caída desde la altura de la victoria, supuestamente ya imposible de anular, en una nueva derrota sin precedentes. La frase de Karl Liebknecht, «Nosotros, los comunistas, estamos acostumbrados a ser arrojados desde la cima hasta las profundidades«(6), obtuvo una nueva relevancia en la que cuesta creer.

La victoria de la Revolución de Octubre en Rusia marcó indeleblemente el siglo XX. En el corazón de los acontecimientos históricos de este siglo estuvo, desde 1917, la lucha entre el capitalismo y el socialismo, y esta lucha -contrariamente a las apariencias y a la opinión de los desolados- no está de ninguna forma acabada.

Alemania pertenece a los países en los que los rayos de la victoria de Octubre más se hicieron sentir. Rosa Luxemburgo expresó este hecho así: «Nunca nos debemos olvidar, cuando vengan con difamaciones contra los bolcheviques rusos, de responderles: ¿dónde aprendísteis el ABC de vuestra revolución actual? ¡Lo fuisteis a buscar a los rusos: a los soviets de obreros y soldados!«. (7)

La idea del socialismo había penetrado con tanta fuerza en las mentes y en los corazones de los trabajadores en Alemania que, en 1919-1920, hasta la burguesía alemana se reunió con una falsificación socialista llamada «Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes» (NSDAP), creación de todas las fuerzas anti-socialistas y contrarrevolucionarias alemanas.

La irradiación de la atracción de la construcción del socialismo en la Unión Soviética era especialmente fuerte en los años de crisis económica mundial, que eran simultáneamente años de éxito, considerado imposible, del primer plan quinquenal en la Unión Soviética.

En un libro publicado en 1931, titulado «El fin del Capitalismo» de Ferdinand Fried, un autor burgués, se afirma que es necesario también en Alemania pasar de la economía no planificada a la planificada ya que: «Rusia (con el plan quinquenal) pasa por una época de enormes inversiones, mientras que las fábricas del resto del mundo se degradan por falta de actividad y el trigo tiene que servir de combustible«. (8)

 

 

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En el diario socialdemócrata Vorwärts del 23 de Octubre de 1932, se podía leer bajo el título «Objeto y camino del socialismo: Lo más valioso de la experiencia rusa y la comprobada capacidad de ejecución de la economía planificada«.

Dos meses antes, el 28 de agosto de 1932, un tal J. P. Mayer escribía en el mismo diario: «A largo plazo no hay ningún medio capitalista para dominar la crisis. El movimiento socialista entra así en la etapa de realización. El socialismo se convierte en la cuestión de mayor importancia del presente, una orden actual de vida«.

La convicción de la superioridad del socialismo en construcción en la Unión Soviética ante el capitalismo afectado por la crisis, era tan fuerte en el movimiento organizado de la clase obrera alemana, que hasta el jefe socialdemócrata de derechas tuvo que tenerla en cuenta en una campaña llamada «¡Socialismo y la tarea del presente!«, pero, por supuesto, no de una manera seria.

Y luego, cuando, entre 1941 y 1945, la Unión Soviética y su Ejército Rojo dieron pruebas de ser la fuerza más poderosa de la coalición anti-Hitler, lanzando ante los ojos de un mundo atónito golpes decisivos sobre el enemigo fascista de la humanidad -y esto después de las pesadas derrotas iniciales- ahí, ningún otro país o pueblo del planeta disfrutaba de una mayor simpatía por la gente común que el país y el pueblo soviético. Incluso Churchill utilizó el entusiasmo de la gente por la Unión Soviética y sus líderes para aumentar su propia popularidad, llegando a llamar a Stalin amigo: «My friend Joe«.

El hecho es que la historia mundial no conoce un segundo ejemplo de un Estado y de un orden social que haya soportado tanto tiempo una carga permanente y haber pasado un examen tan difícil e inimaginable como la Unión Soviética en la victoria sobre el fascismo; pero tampoco (se conoce) un segundo ejemplo de realización tan triunfante del examen más difícil.

En esa época, quien hubiese afirmado que este Estado y este orden social no podía funcionar ni sobrevivir, era visto como alguien que afirmaba que un día soleado era noche profunda.

Y luego también, durante un número de décadas, el movimiento comunista y los países socialistas se mantuvieron como una fuerza que dieron un impulso, como nunca, a los movimientos por la emancipación de la humanidad; piénsese sólo en su papel decisivo en la destrucción del vergonzoso sistema colonial o en la victoria del pueblo vietnamita sobre la potencia imperialista más fuerte, los Estados Unidos.

Y después: ¡esta decadencia aparentemente repentina, este fin sin gloria!

Esta profunda caída de la cumbre en 1945 hasta el pozo sin fondo de los últimos años plantea cuestiones inexplicables, mediante las cuales, en muchos lugares, surge un sentimiento de impotencia.

Pero el recuerdo de otro ejemplo de un colapso inesperado en la historia del movimiento obrero internacional y  alemán, el recuerdo del colapso de la II Internacional, tal vez ayude a estar más cerca de la solución del rompecabezas.

El Partido Socialdemócrata Alemán, partido dirigente de la II Internacional, se había batido admirablemente contra la Ley Anti-Socialista(9) de Bismarck y había alcanzado una brillante victoria sobre el «Canciller de Hierro».

Luego en 1912, en su Congreso en Basilea, la Internacional Socialista subrayó su determinación de luchar contra la eclosión de la inminente guerra imperialista y, si aún así estallaba, hacer todo lo posible para convertirla en guerra civil.

Pero cuando en 1914 la guerra imperialista se convirtió en un hecho, todas las direcciones de los partidos internacionales -con la excepción de los bolcheviques y de la izquierda búlgara (tesniaki) (10)- se pasaron con armas y bagajes al campo de los «defensores de la patria» y, junto con los imperialistas de sus respectivos países, incitaron a los obreros contra los de las «potencias enemigas».

Lo que en 1914 parecía una caída «repentina», fue el resultado final de un larga e insidiosa descomposición de los partidos socialistas, que ya Marx y Engels habían combatido en su famosa carta circular de septiembre de 1879, dirigida a Babel, Wilhelm Liebknecht y otros:

«Durante cerca de cuarenta años hemos venido destacando la lucha de clases como fuerza directamente propulsora de la historia, y particularmente la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado como la gran palanca de la revolución social moderna. Esta es la razón de que no podamos marchar con unos hombres que pretenden extirpar del movimiento esta lucha de clases«. (11)

Esta carta era dirigida contra los intentos de Eduard Bernstein, entre otros, de hacer del SPD algo aceptable para la burguesía liberal, sustituyendo el postulado de la lucha de clases por la prédica de la conciliación de clases, es decir, a través de la revisión de los principios ideológicos del partido.

Todos sabemos que fue el revisionismo el que provocó la descomposición de la II Internacional y que transformó la vieja socialdemocracia proletaria y revolucionaria en un «partido obrero burgués», en el «partido de las reformas» oportunista que, en última instancia, en la revolución de noviembre (1918), se confirmó como defensa de la contrarrevolución burguesa, asesina de obreros y soldados revolucionarios, con un Noske(12) como «cola de perro».

El revisionismo, cuyo núcleo político-ideológico es la sustitución de la lucha de clases por la conciliación de clases y la sustitución del internacionalismo proletario por el nacionalismo burgués, envenena y desagrega el movimiento obrero revolucionario, expulsándolo definitiva y oportunamente de su seno.

Esta experiencia llevó a los socialdemócratas revolucionarios a la división con la socialdemocracia oportunista al final de la I Guerra Mundial, y a la fundación de partidos comunistas y la Internacional Comunista.

Es natural preguntarse si el colapso del movimiento comunista y de los Estados socialistas, 70 años después, no se basa en un desarrollo similar al del colapso de la II Internacional.

La tesis de la incapacidad funcional y de la vida del socialismo presupone, no lo indica, que el sistema dominante en la URSS o el modelo de socialismo de 1917 a 1990, de principio a fin, se mantuvo, en lo fundamental, igual.

De hecho, la Unión Soviética desde 1985 hasta 1990, tienen tan poco en común con la de 1917 o 1945, como el SPD de la época de Marx y Engels con el SPD de Wels, Ebert y Scheidemann.

La perspectiva de Gorbachov y Shevardnadze está tan lejos de la de Lenin como la perspectiva de Bernstein y Kautsky de la de Marx y Engels.

Sin embargo, reconocer esto después de 1985 era muy difícil. Pero cuando Gorbachov y Shevardnadze declararon en la ONU que entendían la política de la coexistencia pacífica, no como una forma particular de la lucha de clases, sino como un «principio universal de las relaciones entre los estados«, y cuando anunciaron que querían «desideologizar las relaciones internacionales» (discurso de Shevardnadze en la 43º Asamblea de la ONU, septiembre de 1988), era imposible dejar de ver el paso del marxismo-leninismo al revisionismo conciliador de clases. La aceptación de la Guerra del Golfo norteamericana fue sólo la consecuencia práctica y la comprobación de este pasaje.

Desde que el socialismo en la Unión Soviética, y ella misma, fueron liquidados, Gorbachov y sus compañeros dejaron de avergonzarse a la hora de mostrar su forma de pensar anticomunista y se felicitaron por su papel activo en la destrucción del Poder soviético. En su famosa entrevista a Spiegel, Gorbachov, sincero, declaró que sus «simpatías políticas pertenecen a la socialdemocracia» y a un «Estado social de clase como el de la Alemania Federal«.(13)

Para completar, citaremos aquí una declaración de Willy Brandt a un íntimo amigo suyo al que le transmitió sus impresiones sobre una conversación con Gorbachov, después de regresar de una visita a Moscú en mayo de 1985 (!): «He visto demasiadas cosas en mi vida«, dijo Brandt, «pero aún no había visto a un anticomunista en la dirección del Kremlin«.(14) Fijémonos en la fecha -Mayo de 1985-, ¡un mes después de que Gorbachov asumiese el cargo de Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética!

¿No es esto importante e instructivo también para responder a la pregunta «¿Por qué se derrumbó la RDA?»

Por otra parte, esto esclarece una particularidad, que pocos individuos desconfiaban, incluso entre los comunistas, sobre el hecho de que los cabecillas de las potencias imperialistas, desde que Gorbachov asumió el cargo de Secretario General, manifiestasen una estima inusual, dejando entrever una preocupación sospechosa siempre que su posición en la dirección del Partido y del Estado parecía amenazada. Al mismo tiempo que prometía falsamente a su pueblo y a nosotros, los comunistas de todo el mundo, traer de vuelta la Unión Soviética al camino leninista y arrancar a la URSS del estancamiento a la vanguardia de la civilización, a los políticos imperialistas, Gorbachov, les decía la verdad sobre sus opiniones e intenciones.

A esas alturas, a mediados de los años 80, me sorprendí mucho cuando Willy Brandt, en una reunión de la Internacional Socialista, de la que era presidente, hizo la observación, como si fuese evidente, de que en el centro de la política mundial ya no estaba el conflicto Este-Oeste, sino que en su lugar aparecía el conflicto Norte-Sur.

Hoy sé cuál es el origen de su espantosa predicción. Con líderes como Gorbachov en la dirección del PCUS, los Bush, Thatcher, Kohl y Brandt estaban siempre mejor informados acerca de las intenciones y los próximos pasos de Moscú que nosotros, el pueblo, engañado y traicionado, y que aquellos líderes de los países socialistas que se mantuvieron comunistas e intentaron combatir las influencias y tendencias revisionistas que soplaban desde Moscú.

Así que, cuando nos cuestionemos las causas del colapso del socialismo, y con estas también las de la RDA, no podemos ignorar el hecho de que, a partir de un determinado momento -como muy tarde en 1985-, el timón del navío del socialismo en la Unión Soviética ya no estaba en las manos de los comunistas, sino que había sido traspasado a los anticomunistas.

 

 

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Esto hace explicable mucho de lo que ininteligiblemente sucedió. Pero al mismo tiempo plantea una nueva cuestión no menos difícil de responder: ¿cómo fue posible, al final, este traspaso? No puedo ocuparme aquí esta cuestión. Pero si recordamos las circunstancias en las que, en su momento, fue posible y llevada adelante la degeneración de la socialdemocracia revolucionaria en un partido obrero burgués y oportunista, entonces esto puede ayudarnos a rastrear las causas de la degeneración del movimiento comunista.

Hoy, como en el pasado, la ideología de la conciliación de clases es la ideología de la gente que no confía en que el movimiento obrero y el socialismo pueda derrotar al capitalismo con sus propias fuerzas, es decir, consideran el capitalismo como un orden social superior en el largo plazo. La posibilidad de la victoria del revisionismo en un partido socialista o incluso comunista existe, al menos, mientras que el capitalismo sea económicamente superior al socialismo. Por eso, la lucha lucha implacable contra el revisionismo es una condición fundamental para la resistencia del socialismo contra un imperialismo superior económicamente. Dondequiera que esta lucha sea puesta de lado, o que sea apenas debilitada y conducida imprudentemente, el revisionismo tendrá la oportunidad de conquistar el partido desde dentro. Tal logro significa que el Partido Comunista esté en manos de anticomunistas y sea transformado en un instrumento de descredibilidad del partido y de desmantelamiento del socialismo. Fue exactamente esto lo que sucedió en algunos partidos comunistas, en primer lugar, en el PCUS, el Partido Comunista líder.

Durante mucho tiempo, fue posible ridiculizar y excluir constataciones de este género, etiquetándolas como «teoría primitiva de la conspiración«.

Pero desde que Gorbachov y sus cómplices comenzaron a vanagloriarse públicamente de abrir el camino a la restauración de la «libertad» occidental en los entonces países socialistas, es el momento de que los comunistas miren con mayor claridad las consecuencias de este acontecimiento horrible y rechazar versiones históricas que tienen la firma de los anticomunistas revisionistas.

En su lugar, desean revelar al pueblo toda la verdad, como se dijo, las «revelaciones» históricas tenían principalmente el fin de presentar el pasado socialista del país a las nuevas generaciones que no habían vivido este pasado, en los colores más oscuros y repugnantes, para que nadie tuviese la idea de tomar como alternativa la reconstitución del poder soviético, por muy mal que se presentase el presente.

El rechazo de la falsificación histórica anticomunista de la era Gorbachov y ahora de Yeltsin, no quiere decir que debamos hacer una lectura unilateral de la historia del período de Stalin. Pero, al menos para los comunistas, es urgente que quede claro que el anti-stalinismo de los revisionistas anticomunsitas es completamente hipócrita. Condenan a Stalin por omisiones y crímenes. De hecho, lo condenan desde la misma posición y por los mismos «crímenes» que los imperialistas, es decir, desde el punto de vista del anticomunismo y por el delito de haber mantenido la Unión Soviética fuera de su ámbito de poder.

Hoy vemos algo muy similar en la RFA en relación con la RDA. Esta es calificada de «Estado injusto», no por el hecho de que también había injusticia entre nosotros, sino porque abolimos la injusticia del orden capitalista. No nos acusan por el hecho de haber practicado un socialismo imperfecto, sino porque eramos socialistas, es decir, por osar a desposeer al capital.

En resumen: independientemente de la cantidad de errores y de la dimensión que la RDA y la dirección del Estado y el Partido cometieron -ciertamente, no hubo pocos, y entre ellos, grandes errores- no fueron los propios errores los que dictaron la sentencia de muerte. Todos los países socialistas europeos estaban unidos con la Unión Soviética para lo que viniese; con su colapso, la caída de todos ellos era inevitable.

Los propios errores han de ser, sin embargo, rigurosamente examinados y sus causas y consecuencias analizadas e interpretadas en interés de la segunda República Democrática Alemana Unificada, que llegará un día, así la Humanidad podrá sobrevivir a los estragos del capitalismo en un planeta aún habitable.

André Müller escribió en el UZ (28/09/90), la siguiente necrológica del funeral de la RDA el 3 de octubre de 1990: «Una República Democrática Alemana volverá. (…) Mirad a vuestro alrededor. ¡Levantad la cabeza de nuevo! Mirad cómo se comporta el capital, libre de cualquier consideración, mirad cómo es su exaltada democracia. (…) No, la idea de la RDA no será enterrada y si no sé cómo va a continuar, (…) sé, sin embargo, que en este 3 de octubre de 1990 no hay ninguna razón para no levantarnos«. Esto es aún más valioso en octubre de 1993.

 

Notas:

(1) Neues Deutschland, Editorial, 07/10/1993.

(2) Deutsche Mark, moneda de la RFA. (N.T.)

(3) UZ, diario del DKP (Partido Comunista Alemán), Essen, 28.09.1990.

(4) Weißenseer Blätter 4/1992; Neues Deutschlan del 26/27.09.1992.

(5) Consejo de Ayuda Económica Mútua. (N. Ed.)

(6) Karl Liebknecht, Discursos Seleccionados, Cartas y Artículos, Berlín, 1952, p. 530.

(7) Rosa Luxemburgo, ¡Yo fui, Yo soy, Yo seré!, Berlín, 1958, p. 105.

(8) Ferdinand Fried, El fin del Capitalismo, Jena, 1931, p. 260.

(9) La Ley anti-socialistas fue aprobada en el Parlamento alemán el 18 de octubre de 1879 bajo la vigencia del canciller imperial Otto von Bismarck. El proyecto de ley, oficialmente designado Ley contra el peligro público de los intentos socialdemócratas (Gesetz gegen die gemeingefährlichen Bestrebungen der Sozialdemokratie) prohibió todas las organizaciones socialistas y su prensa, lo que obligó a los militantes a trabajar en la clandestinidad. En la  legalidad sólo se mantuvo la representación parlamentaria socialdemócrata. Sin embargo, la prohibición no impidió la creciente popularidad de los socialistas, que continuaron elegiendo sus candidatos como independientes. Fue en este periodo que Bismarck decidió introducir el seguro de salud, seguro de desempleo y seguro de accidentes, tratando de reconciliar a los trabajadores con el Estado y vaciar a los partidos obreros. Sin embargo, en 1890, después de la renuncia del canciller, el Partido Socialista de los Trabajadores de Alemania (SAPD) es legalizado y concurre a las elecciones bajo el nombre del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). La Ley anti-socialistas acabó finalmente siendo derogada y en los años siguientes el SPD continuó creciendo hasta convertirse en el partido del Reichstag en 1912. (N. Ed.)

(10) Los «tesniaki» eran una especie de bolcheviques búlgaros que, igual que la fracción dirigida por Lenin, rompieron con el ala reformista del Partido Obrero Socialdemócrata Bulgaro, constituyendo, en 1903, un nuevo partido que mantuvo el nombre, añadiendo entre paréntesis las palabras «socialistas estrictos» (социалисти тесни – Tesni socialisti), que era el acrónimo de ‘tesniaki» (тесняки). (N. Ed.)

(11) Karl Marx y Friedrich Engels, Obras Escogidas en tres tomos, ed. Avante!, Lisboa 1985, Tomo III, p. 103. (N. Ed.)

(12) Gustav Noske (1868-1946). Se unió al SPD en 1884. Diputado del Reichstag de 1906 a 1918. Especialista en asuntos militares y coloniales. Tuvo un papel decisivo en la sangrienta represión de la «Rebelión de los marineros» en Kiel, durante la Revolución de noviembre de 1918 y en las insurrecciones de enero de 1919. (NT)

(13) Spiegel 3/1993, p. 124.

(14) L’Humanité del 10/10/1992

 

 

 

Kurt Gossweiler, 1993

 

Traducido por «Cultura Proletaria» de hist-socialismo.blogs.sapo.pt/

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