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Holodomor: La cortina de humo del sistema

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Las pérdidas demográficas en Ucrania hoy en día supera varias veces la mortalidad causada por la hambruna de 1932-1933, pero sobre esto el gobierno no se pronuncia. ¿Por qué? La respuesta a esta pregunta nos fue dada por reconocidos científicos ucranianos durante una «mesa redonda» organizada por el Partido Comunista de Ucrania.

Abriendo la «mesa redonda», el secretario del CC del PCU, Georgii Vladimirovich Buiko, señaló: «Lo que está en juego no es el hecho en sí del hambre, lo que nadie niega, sino su interpretación como genocidio«. Georgii Vladimirovich señaló que «a pesar de que la palabra holodomor tiene raíz en la palabra golog (hambruna en ucraniano), el contenido de ambas es sustancialmente distinta. Holodomor (con frecuencia en los medios occidentales es utilizada la expresión Holodomor debido a su similitud con la palabra holocausto (N.T.)), no sólo significa una gran hambruna, sino que es una concepción ideológica que actúa sobre la conciencia de las masas, se trata precisamente de un exterminio consciente del pueblo ucraniano a través de la hambruna. Por eso es conveniente empezar a ver a partir del qué, dónde y cómo fue engendrado el concepto de holodomor-genocidio«.

 

 

Un proyecto especial de Harvard

 

Sobre los orígenes del término holodomor, Georgi Tkatchenko declaró que «este concepto surgió como parte integrante de un proyecto especial de la Universidad de Harvard que fue utilizado para distracciones informativo-psicológicas contra la URSS. Algunos investigadores atribuyen la autoría del término holodomor al estadounidense James Meiss. A pesar de que sus obras no fueron consideradas por los medios científicos estadounidenses, los artífices de la guerra fría repararon en él y obtuvo un puesto de profesor en la Universidad de Harvard. Sin embargo, en opinión de la mayoría de los investigadores, los verdaderos autores del intercambio de conceptos fueron los nacionalistas ucranianos de los medios de emigración de Galitzia (región situada en el sur de Polonia, al oeste de Ucrania). En particular, un tal Dmitro Solovei, que en 1944 huyó de Ucrania con los alemanes. Después de intercambiar a los empresarios alemanes por los estadounidenses, publica en 1953 en los EE.UU. el libro «La hambruna en Ucrania», en el que asegura que la hambruna fue un instrumento de exterminio de los ucranianos. Más tarde, el tema de la «hambruna-genocidio» fue desarrollado por el diplomático y espía británico Robert Conquest. Para su libro «The Harvest of Sorrow», («La Cosecha del Dolor» (1986)), recibió dinero de los nacionalistas ucranianos. Los científicos occidentales que analizaron este libro demostraron que el autor utilizó material de las crónicas de la I Guerra Mundial y fotografías de la hambruna que afectó a la región de Povoljia (Cuenca del Volga en el sur de Rusia) en 1921«.

Sobre la supuesta negación de la hambruna de comienzos de los años 30 por el PCU, Georgii Buiko consideró tal afirmación muy extraña y citó una nota escrita por Gueorgui Kriutchkov, diputado del pueblo elegido en legislaturas anteriores, en la que se recuerda que «incluso en 1990, el Politburó del CC del PCU aprobó una resolución sobre la hambruna, decidiendo la publicación de materiales de archivo sobre este asunto. La apreciación política contenida en este documento señala que la hambruna de 1932-1933 constituye una tragedia para el pueblo ucraniano. Además de eso, fueron condenados los actos ilegítimos y los abusos cometidos durante la colectivización. Es interesante ver que se dice prácticamente lo mismo en la resolución de la Conferencia General de la UNESCO de 2007«.
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En busca del holocausto soviético, una hambruna de 55 años que alimenta a la derecha

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Este artículo expone la mentira sobre la hambruna supuestamente provocada por los bolcheviques en Ucrania en 1932. Es una excelente refutación de las distorsiones de la historia y de las mentiras propagandísticas occidentales -inmerecidamente respetadas- de Robert Conquest, así como una visión ilustrativa de la naturaleza de la propaganda antisoviética en los años 1980. [Nota del Editor: los lectores también deberían considerar lo que las fuentes occidentales siempre se olvidan de mencionar: en torno al año 1932 no sólo hubo problemas masivos de cosecha en la URSS, sino también en la India y en los EE.UU., donde la crisis de la «Fuente de Polvo» obligó a mucha gente a abandonar las tierras de labranza y a emigrar en masa hacia el Oeste].

«Siempre perdurará algo de la mentira más escandalosa…. El tamaño de la mentira es el factor definitivo para que sea creída» (Adolf Hitler, Mein Kampf).

«La muchacha se muere. Aparenta unos cinco años pero sabemos que puede ser mayor, disminuida como está por el hambre. Se apoya fatigosamente en una puerta. Sus largos cabellos caen sobre sus hombros desnudos. Su cabeza descansa sobre uno de sus brazos. Su cuello está doblado, como un tallo en la tierra yerma. Sus ojos son lo más estremecedor de todo, grandes y oscuros, de mirada ausente pero todavía melancólicos. La niña se muere lentamente de inanición, y nos sentimos culpables por ser testigos de su última agonía…»

Los exiliados ucranianos que hicieron Harvest of Despair [La Cosecha de la Desesperación] reconocían una imagen impactante cuando la veían. La foto en blanco y negro, acompañada musicalmente por un desgarrado coro in crescendo, fue elegida para cerrar el documental canadiense sobre la hambruna ucraniana de 1932-33. La misma fotografía se utilizó para promocionar la película, simbolizando una célebre causa largo tiempo inactiva: la hambruna «artificial», «deliberadamente planeada» por Stalin para aplastar al nacionalismo ucraniano e intimidar a un campesinado obstinadamente contrario a la colectivización permanente. Siete millones de ucranianos murieron, nos dice el narrador, mientras «una nación del tamaño de Francia era estrangulada por el hambre«.

El resultado, afirma William F. Buckley, cuya compañía Firing Line distribuyó la película en noviembre pasado, fue «quizás el mayor holocausto del siglo«.
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Holodomor, el nuevo avatar del anticomunismo «europeo»

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Desde noviembre de 1917 se han sucedido sin descanso campañas anti-bolcheviques tan violentas como diversas, pero la de «la hambruna en Ucrania», iniciada en 1933, ha pasado a ocupar el primer puesto desde hace veinte años. Se desató cuando los grandes imperialismos, con Alemania y Estados Unidos al frente, ávidos desde el siglo XIX de saquear los inmensos recursos de Ucrania, se creyeron en condiciones de conseguirlo. La coyuntura sonreía al Reich en 1932-33, cuando el sur de la URSS (Ucrania y otras «tierras negras», el Norte del Cáucaso y Kazajstán) se vio afectado por una disminución considerable de las cosechas, así como el conjunto de la Unión, por dificultades de abastecimiento que provocaron el retorno a un estricto racionamiento. Grave «escasez», sobre todo durante la «soldadura» (entre dos cosechas), no específicamente ucraniana, según la correspondencia diplomática francesa; «hambruna» ucraniana, según los informes de 1933-34 de los cónsules alemanes e italianos, explotados por los Estados o grupos interesados en la secesión de Ucrania: Alemania, Polonia, con su mayor centro de agitación en Lwow, y El Vaticano.

Esta escasez, o esta hambruna, resultaba de fenómenos naturales y socio-políticos: a una sequía catastrófica se sumaron los efectos de la retención creciente de los abastecimientos (con sacrificio de ganado incluido) desde finales de los años 20 por los antiguos kulaks (los campesinos más ricos), rebeldes a la colectivización. Esta fracción, en lucha abierta contra el régimen soviético, constituía en Ucrania una de las bases del apoyo al «autonomismo», envoltorio semántico de la secesión en beneficio del Reich, de esta región agrícola reina de las «tierras negras», además de ser la primera cuenca industrial del país. El apoyo financiero alemán, masivo antes de 1914, se había intensificado durante la Primera Guerra Mundial, cuando Alemania convirtió a Ucrania, al igual que a los países bálticos, en base económica, política y militar del desmantelamiento del imperio ruso. La República de Weimar, fiel al programa de expansión del Kaiser, siguió financiando el «autonomismo» ucraniano. Los hitlerianos, en cuanto llegaron al poder, iniciaron sus planes para apoderarse de la Ucrania Soviética y todo el autonomismo ucraniano (los fondos policiales, diplomáticos y militares convergen en esto) se unió entre 1933 y 1935 al Reich, por esas fechas más discreto acerca de sus designios sobre el resto de Ucrania.

Efectivamente, por aquel entonces la URSS sólo controlaba Ucrania Oriental (Kiev-Jarkov), nuevamente soviética desde 1920, tras la secesión efectuada durante la guerra civil extranjera: grandes porciones de Ucrania le habían sido arrancadas o no atribuidas, a pesar de la pertenencia étnica de su población, a pesar de las promesas francesas, hechas en 1914, de entregar algunos despojos del imperio austro-húngaro a la Rusia zarista aliada, y a pesar del establecimiento en 1919 de la «línea Curzon». El imperialismo francés, uno de los dos directores (junto con Londres) de la guerra extranjera llevada a cabo contra los Soviets, y más tarde del «cordón sanitario» consecutivo a su fracaso, ofreció a Rumanía a partir de 1918 Besarabia (Moldavia, capital Kishiniev), ex territorio del imperio ruso, y Bukovina; Checoslovaquia recibió de entrada Rutenia Subcarpática; la Polonia de Pilsudksi, en 1920-21, Ucrania Occidental o Galitzia Oriental, antaño austriaca -capital Lemberg (en alemán), Lvov (en ruso), Lwow (en polaco), Lviv (en ucraniano)-, con la ayuda del cuerpo expedicionario francés dirigido por Weygand. Y todo esto a pesar de que la «línea Curzon» (nombre del secretario del Foreign Office) había considerado como «étnicamente» ruso este territorio, trasladando la frontera ruso-polaca 150 km al oeste de la Ucrania rusa: «Rusia» debía recibirla de sus aliadas, cuando éstas y los Blancos hubiesen expulsado a los bolcheviques, cosa que no se produjo en ningún caso.
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